El no reconocer nuestra propia voz grabada es algo frecuente y normal. Cuando nos escuchamos desde fuera exclamamos «¿Así sueno yo?», y normalmente nos gusta menos esa voz extraña y enlatada que aquella otra voz familiar y agradable que escuchamos al abrir la boca y con la que sí nos identificamos.

Igualmente ocurre con nuestra imagen. Diariamente nos miramos en el espejo para ver el maquillaje, el afeitado, o el peinado …. pero poco nos fijamos en lo que hay detrás. No solemos reparar en nuestros gestos, ni en la pose, o la forma de movernos.

Desde que nacemos vamos accionando músculos concretos aprendiendo a adoptar según suponemos una postura o un gesto y que junto a nuestras facciones componen la imagen que creemos nos identifica. Imagen distinta a la que percibe con sus ojos un obsevador desde fuera.

No extraña por tanto que actores, oradores y personas que necesitan controlar su imagen se pasen horas practicando hasta llegar a asimilar mediante la realimentación del espejo las acciones necesarias para conseguir la caracterización que buscaban.

Muchas veces hemos escuchado la frase «yo salgo fatal en fotos», y tras la sesión vemos que el trabajo es bueno y reconocemos a la persona fotografiada, aunque nuestro protagonista tampoco se termina de gustar en la imagen que la fotografía le muestra de sí.

Quizás todo el problema consista en que a veces no somos conscientes de la imagen que los demás tienen de nosotros. O dicho de otra forma: no nos vemos como nos ven los demás.

No se trata pues de un problema de gustarse o no en una fotografía, sino de reconocerse. Sencillamente, no nos identificamos con la imagen que nos muestra la cámara.