La única forma posible de vivir la propia vida es que los demás vivan la suya.

A veces caemos en la trampa de aquellos que nos esclavizan involucrándonos en su vida. Y siendo esto malo, no es irremediable. En algún momento cae la venda y reaccionamos.

Tampoco es lo peor el creer que tenemos derecho a organizar la vida de otros. En algún momento el otro puede incomodarse y sacudirse de nosotros.

Lo verdaderamente trágico y perverso es cuando nos sentimos en la obligación de hacerlo. A este punto llegamos cuando sentimos el sagrado deber de tutelar a quien no reconocemos facultado para dirigir su propia vida. Ni podemos inhibirnos cobardemente, ni permitiremos que el incapaz se zafe.

Podremos aspirar a recuperar aquello que otros robaron o escamotearon, pero es imposible recuperar una libertad sacrificada motu proprio…

Me pregunto: ¿qué es lo que lleva al ser humano a una renuncia tal?, ¿será que no sabemos, que no podemos, o que no queremos enfrentarnos a nuestra propia vida?.

La fe en vivir nuestra propia vida, sólo nuestra propia vida y nada más que nuestra propia vida; es nuestra propia fe de vida.